Yo sabía que tenía que comprar un billete a la India y poco más investigué. Iba yo completamente ilusionada sin tener la menor idea de que esperar….los días me iban dando pistas de que me encontraría por allá, pero tampoco hacía mucho caso, yo seguía en mi nube. Me enteré que la India estaba más jodido de lo que pensaba por la cantidad de vacunas que tenía que ponerme, me enteré de que hacer voluntariado podía ser peligroso cuando me pusieron 2 vacunas extras, me enteré que la burocracia en la India podría ser un dolor de cabeza después de las colas, vueltas y papeleo para sacar la visa, me enteré que tenía que ser cuidadosa con lo que comía cuando todo mundo me contó que tenía un amigo enfermo de algo incurable por haber comido yo que sé en las calles, me enteré del monzón, el lodo y la mugre cuando me recomendaron que llevara ropa que estuviera dispuesta a tirar a la basura, sábanas propias, antisépticos y antipiojos….como siempre, me enteré de lo poco que me enteré, me hice una maleta tamaño equipaje de mano y me fui!!!
Antes de partir, hablando, hablando, resultó que la familia de mi excompañero de casa en Londres, Sourav, vivía en Calcuta, así que para que no llegara el primer día sola a un lugar desconocido y tan impactante, hizo las gestiones necesarias para que sus tíos me recogieran del aeropuerto y me alojaran en su casa la primera noche. Por un lado parecía imposible decir que no por la ilusión con la que organizó todo y por el otro, a mí me entusiasmaba mucho la idea de pasar una noche en casa de unos locales de confianza!!!. El me dijo “te tratarán muy bien por ser amiga mía, te ofrecerán de comer todo el tiempo y tu deberás aceptar lo que te ofrezcan porque es un signo de educación”….que suerte tengo!!
Por fin llegó la fecha de partida!, agarré mi mini-maleta, la autobiografía de Ghandi, un reporte de análisis de la situación social y macroeconómica escrito por el Banco Mundial y un libro de Octavio Paz llamado “Vislumbres de la India”, me tomé mi pastilla contra la malaria y me subí al avión!!! Ahí iba, a la aventura!
Aterricé en Calcuta casi a media noche. Que emoción! Que calor!, Que humedad!....los lentes se empañaron y la ropa se empezaba a pegar al cuerpo...
Llevaba los ojos de una niña, quería entender todo, evaluaba y observaba cada cosa que veía. El aeropuerto era el más sencillo que había yo visto en mi vida (bueno, eso y el intento de aeropuerto que pusieron en lagos de Moreno cuando Salinas era presidente), si, estaba sucio…pero “no tanto”, habían cucarachas…pero “no tantas”…hasta que empecé a darme cuenta realmente de donde me encontraba cuando frente al mostrador de inmigración atendido por un militar alto, de piel oscura y ojos profundos, vi un trozo de caca embarrada en el suelo (pido una disculpa a los lectores y otra de antemano porque seguramente la palabra estará presente en todas sus formas y en repetidas ocasiones en este relato…una historia relacionada con Calcuta no podría estar exenta de ella por más corta que se hiciera).
Salí del aeropuerto y me encontré con decenas de coches de modelo antiguo, como de los 50´s -“modelo taxi tipo Calcuta”- y aunque no todos eran tan viejos, ninguno parecía ser ni de las tres últimas décadas. También me encontré con los primos de Sourav, Puchu y Tatai, con un cartel con mi nombre. ¡Que ilusión hace que vayan por ti a un aeropuerto en un país tan lejano!. Nos subimos al coche y nos dirigimos a su casa, que no era muy lejos. Durante el trayecto, Tatai me daba conversación ya que hablaba buen inglés, pero Puchu que no, solo me observaba y sonreía.
Íbamos por una carreterilla, mal pavimentada y llena de baches, había mucho, mucho ruido de claxon. En el camino poca cosa pude ver, no había iluminación, excepto por la que provenía de los faros de algún camión circulando de frente a nosotros.
Antes de partir, hablando, hablando, resultó que la familia de mi excompañero de casa en Londres, Sourav, vivía en Calcuta, así que para que no llegara el primer día sola a un lugar desconocido y tan impactante, hizo las gestiones necesarias para que sus tíos me recogieran del aeropuerto y me alojaran en su casa la primera noche. Por un lado parecía imposible decir que no por la ilusión con la que organizó todo y por el otro, a mí me entusiasmaba mucho la idea de pasar una noche en casa de unos locales de confianza!!!. El me dijo “te tratarán muy bien por ser amiga mía, te ofrecerán de comer todo el tiempo y tu deberás aceptar lo que te ofrezcan porque es un signo de educación”….que suerte tengo!!
Por fin llegó la fecha de partida!, agarré mi mini-maleta, la autobiografía de Ghandi, un reporte de análisis de la situación social y macroeconómica escrito por el Banco Mundial y un libro de Octavio Paz llamado “Vislumbres de la India”, me tomé mi pastilla contra la malaria y me subí al avión!!! Ahí iba, a la aventura!
Aterricé en Calcuta casi a media noche. Que emoción! Que calor!, Que humedad!....los lentes se empañaron y la ropa se empezaba a pegar al cuerpo...
Llevaba los ojos de una niña, quería entender todo, evaluaba y observaba cada cosa que veía. El aeropuerto era el más sencillo que había yo visto en mi vida (bueno, eso y el intento de aeropuerto que pusieron en lagos de Moreno cuando Salinas era presidente), si, estaba sucio…pero “no tanto”, habían cucarachas…pero “no tantas”…hasta que empecé a darme cuenta realmente de donde me encontraba cuando frente al mostrador de inmigración atendido por un militar alto, de piel oscura y ojos profundos, vi un trozo de caca embarrada en el suelo (pido una disculpa a los lectores y otra de antemano porque seguramente la palabra estará presente en todas sus formas y en repetidas ocasiones en este relato…una historia relacionada con Calcuta no podría estar exenta de ella por más corta que se hiciera).
Salí del aeropuerto y me encontré con decenas de coches de modelo antiguo, como de los 50´s -“modelo taxi tipo Calcuta”- y aunque no todos eran tan viejos, ninguno parecía ser ni de las tres últimas décadas. También me encontré con los primos de Sourav, Puchu y Tatai, con un cartel con mi nombre. ¡Que ilusión hace que vayan por ti a un aeropuerto en un país tan lejano!. Nos subimos al coche y nos dirigimos a su casa, que no era muy lejos. Durante el trayecto, Tatai me daba conversación ya que hablaba buen inglés, pero Puchu que no, solo me observaba y sonreía.
Íbamos por una carreterilla, mal pavimentada y llena de baches, había mucho, mucho ruido de claxon. En el camino poca cosa pude ver, no había iluminación, excepto por la que provenía de los faros de algún camión circulando de frente a nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario